Un 80 por ciento de los adolescentes hace un uso “intensivo” del móvil y un 24 por ciento reconoce estar conectado “casi constantemente”. Esta adicción se ha convertido en un problema.

La familia de Mario, de 14 años, recibió un aviso de la escuela: su hijo llegaba muy cansado a clase. Un poco sorprendidos, alegaron que debía ser un proceso propio de la adolescencia, porque el chico se acostaba temprano, como el resto de la familia. Pero el profesorado tenía otra sospecha: ¿se lleva el móvil a su habitación? “Si claro, pero sabe que no debe usarlo por la noche”. Esa noche la madre de Mario se levantó sigilosamente a las dos de la madrugada y abrió la puerta de la habitación de su hijo. Una luz inconfundible iluminaba sus ojos, concentrados en la pantalla hasta el punto de no reparar en la presencia de su progenitora. La medida tomada sacó a Mario de su ensoñación y metió a toda la familia en una pesadilla. Porque la restricción del uso del móvil que vino a continuación llegó acompañada de unos accesos de ira que nadie imaginaba que Mario pudiese albergar en su interior. Y es que el chico tenía que “desengancharse”, con todas sus consecuencias, “mono” incluido.

Las estadísticas dejan poco espacio para las dudas. Nueve de cada diez chicos y chicas entre 14 y 16 años disponen de entre dos y cinco dispositivos digitales. Un 80 por ciento reconoce que hace un “uso muy habitual e intensivo” del teléfono.

Las encuestas internacionales son aún más alarmistas. Una de ellas recoge que el 72 por ciento de los adolescentes siente que debe responder a las notificaciones y mensajes en redes sociales de inmediato, lo que implica que no pueden estar más de una hora sin mirar el móvil. Un 24 por ciento reconoce estar conectado “casi constantemente”.

¿Qué debo hacer para que mis hijos no se enganchen?

  • El primer móvil es de toda la familia.
    • En edades tempranas, el primer móvil debe ser familiar: un dispositivo, sin conexión a internet, que permanece en casa para que lo use el/la hijo/a en situaciones concretas. Por ejemplo, para llevarlo durante una actividad extraescolar. Sirve para irse adecuando a su uso… y sobre todo “adaptando” a su carencia.
  • Revise la factura con su hijo/a
  • No descarte un contrato entre progenitores y adolescente.
    • Puede parecer excesivo, pero especialistas sugieren que se establezca un contrato entre padres/madres e hijos/as menores de 13 años. Cada familia puede generar sus propias “cláusulas”
  • Dejar muy claros los límites.
    • Ni es necesario ni es positivo tener siempre el móvil encendido y al alcance de la vista. Pautar unos límites y cumplirlos: un límite de uso al día o a la semana. Y unas franjas horarias. En clase, apagado; no en silencio.
  • Evite que se encierren para hablar.
    • Algunas conversaciones –del menor y de los adultos- necesitan intimidad, si. Y eso se respeta. Pero es algo excepcional.
  • De noche el móvil fuera.
    • A partir de determinada hora, el móvil se apaga. Y pactar otras horas libres de móvil: en las comidas, por ejemplo. Prohibido a la hora de estudiar o hacer los deberes.
  • Predique con el ejemplo.
Cuando su hijo no es capaz de desconectar
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